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Juan Andrés Serrano presentaba al ponente de esta nueva jornada. RAFAEL JIMÉNEZ
Rufino Acosta incidía en los factores que influyen sobre la despoblación

Rufino Acosta incidía en los factores que influyen sobre la despoblación

El Ateneo Popular Frexnense inauguraba un nuevo ciclo de charlas y conferencias volviendo a abordar el horizonte de nuestros pueblos

ISMAEL SÁNCHEZ EXPÓSITO

Domingo, 21 de octubre 2018, 10:28

Una convocatoria más nos citó en el Ateneo Popular Frexnense, en este caso a cargo de Rufino Acosta Naranjo, doctor en Antropología Social, profesor de Antropología Ambiental del departamento de Antropología Social de la Universidad de Sevilla y director del Grupo de Investigación: Cultura, Ecología y Desarrollo (GIDED). Ha sido investigador en la Escuela de Ingenieros Agrónomos y el Instituto de Sociología y Estudios Campesinos de la Universidad de Córdoba, además de llevar a cabo proyectos de investigación sobre temas de agrodiversidad en sur de Extremadura y docente en el Máster de Agroecología impartido en la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA)

¿Nos quedamos sin pueblos? ¿Estamos abocados a un futuro en el que los emplazamientos rurales sucumban ante las sinergias económicas, sociales y políticas que imperan en nuestro tiempo? En España hay un horizonte especialmente preocupante en la denominada Laponia Española, apelativo con el que se conoce a la serranía Celtibérica, donde la densidad de población es similar a las de las zonas históricamente más vacías, demográficamente, ubicadas en algunas partes del planeta.

Aunque en Extremadura el fenómeno no es tan alarmante sí se observan visos de esta realidad, de forma cada vez más preocupante.

Ante todo, hay una serie de ideas, reflejadas de forma simplista a través de diferentes cauces, que nos ayudan a entender el fenómeno que el ponente analizó en su extensa y a la vez interesante ponencia: que la falta de infraestructuras de comunicación y de servicios de fibra óptica podrían estar detrás de esta realidad, sumadas a las del escaso horizonte laboral para las generaciones jóvenes. No obstante, bien puede contemplarse como la red de carreteras y la llegada de servicios de fibra a muchas zonas con muy baja población es un hecho. El problema es que dichos servicios, lejos de promover el asentamiento de población en el medio rural, favorecen el flujo de movimientos hacia los centros urbanos, pues determinadas ocupaciones laborales se ejercen en el medio rural, pero los lugareños se desplazan a vivir, bien a las cabeceras de comarca, bien a las urbes, teniendo la mínima posibilidad. Del mismo modo, en el fenómeno influye un hecho que, por triste que sea, parece confirmarlo la realidad: la vida en el campo no es atractiva para un grueso importante de nuestra sociedad, a pesar del fenómeno de los denominados neorrurales que, a duras penas, tratan de salvar a determinados pueblos de su ruina definitiva. La ciudad se convierte, desde las grandes transformaciones que se producen en España, a partir de los años sesenta del siglo XX, en un espacio atractivo, pues la entrada de capital foráneo en el campo, con todo lo que implicó la irrupción de la agroindustria, la desaparición de la actividad agroganadera tradicional y el desacople territorial provocado por dichos fenómenos, expulsa a mucha mano de obra a los centros industriales donde se demanda mano de obra. Y en la actualidad, en el contexto de la terciarización de la economía, donde ya no es posible distribuir productos generados a gran escala, como en la etapa del fordismo, la innovación y el emprendimiento sólo pueden llevarse, con las políticas que se están promoviendo, en la ciudad. ¿Sería un drama la desaparición de los pueblos? Acosta Naranjo apuntaba, en ese sentido, que a lo largo de la historia, los diferentes horizontes civilizatorios han generado cambios y este podría ser uno de los que se podría avecinar en un futuro a medio plazo. La clave está, si tal hecho se consumara, en convertir a las ciudades en espacios habitables, desde parámetros de sostenibilidad, una vez que nos libremos de la dependencia de los combustibles fósiles, letales para el entorno y el Cambio Climático, y que los entornos urbanos promuevan formas de vida y de acceso a los recursos que impliquen una más que necesaria reducción de las elevadas tasas metabólicas de una sociedad consumista y basada en valores superficiales, promovidos por una economía de índole consumista.

Ello no implica resignarse a perder nuestros pueblos, pero para ello, el capital social de los mismos ha de canalizar sus energías a proyectos que reorienten el valor de sus recursos: los servicios ambientales en forma de disfrute del entorno, el ofrecer servicios que no necesariamente tienen que estar conectados con nuestras preferencias culturales, aunque ello no implique el abandono de las mismas, y el cambio de mentalidad que promueva que vivir en nuestros pueblos puede ser un aliciente vital, como ocurre en Francia. El futuro está en la dotación de lo público de más recursos, cuestión complicada en base a las políticas de evasión fiscal, pero también en saber reinventarnos a nosotros mismos como colectividad pues, como se dijo en una ocasión y así afirmó lapidariamente el conferenciante: lo lograron porque no sabían que era imposible.

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