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José Agudo.
José Agudo: Poeta de la melancolía

José Agudo: Poeta de la melancolía

juan andrés serrano

Jueves, 2 de febrero 2017, 07:43

Se nos apareció este poeta una fría tarde del pasado Diciembre, cuando nos preguntaron por él desde la Academia de las Artes y las Letras de Extremadura. Nada sabíamos de su existencia, pero enseguida sospechamos que sería uno de aquellos tantos hijos de Fregenal que tuvieron que salir en busca de mejores horizontes de vida.

Los hombres y las mujeres que se fueron hace tantos años tienen dos memorias. Una que se cerró al poco de marcharse, donde guardan celosamente sus infancias y a la que vuelven con frecuencia, y otra que se abrió en las tierras que los acogieron y que alberga sus experiencias vitales. El regreso a los orígenes, evoca en ellos aquellos recuerdos con la misma frescura y emoción que cuando sucedieron.

Es el caso de nuestro poeta, y decimos nuestro porque a pesar de que en toda su vida sólo ha regresado una vez, lleva a Fregenal pegado a su existencia, en ese ancho espacio de los recuerdos, aunque aquellos sean heredados, los que le prestaron sus padres, como él mismo señala.

¿A qué edad te marchaste de Fregenal?

Esta pregunta, inevitablemente, me lleva a pensar de manera inmediata en unos versos del poeta Felipe Benítez Reyes en los que dice que de todo comienza a hacer bastante tiempo. En efecto, de todo comienza a hacer bastante tiempo. Y es una sensación extraña, ya que en poquísimas ocasiones me he parado a pensar, quizás por ese juego amable de la memoria, que marché de Fregenal a una edad realmente temprana. Así que, calculando distancias y olvidos, relatos familiares oídos en noches intempestivas en algún que no puedo situar con exactitud, calculo que salí de Fregenal cuando contaba tres o cuatro años de edad.

¿Cuál fue el primer destino y posteriores de vuestra familia?

Con frecuencia, como digo, los recuerdos heredados, esa amalgama de narraciones que pude oír a mis padres, y la certeza de haber vivido con plena consciencia ciertos acontecimientos, se han instalado en mi memoria de una forma sorprendente, se han incorporado a mi historia más íntima y personal, mezclándose unos con otros. Así que hoy puedo evocar, desde la frágil consistencia que tiene el pasado, un viaje en tren, por la noche, hacia Barcelona, en un vagón de finales de los años 50, con luces mortecinas y un olor extraño que regresa a veces todavía. Era el olor de la miseria y la tristeza. Luego Mallorca, o mejor dicho, el Mediterráneo, la luz, las ho2ras junto al mar. Un perfecto paraíso para un niño. Al fin y al cabo, tenía solo siete años.

Desde aquél primer viaje, José Agudo no regresó a Fregenal hasta el año 1989, y lo hizo ya con treinta y tantos años. Había pasado demasiado tiempo y su pueblo únicamente tenía cabida en mi imaginación por pequeños detalles, por tiernos relatos familiares que oía siendo niño, por alguna foto antigua, por aquél dibujo, perdido finalmente en algún recodo de los años, de nuestra Virgen de los Remedios. ¿Volvías con tus padres a Fregenal con frecuencia?

La primera vez que vi escrito el nombre de Fregenal de la Sierra fue en uno de aquellos mapas escolares que colgaban en las paredes de los vetustos colegios nacionales. Y Fregenal estaba muy lejos, demasiado lejos de donde yo me encontraba. Finalmente, fue a los treinta y tantos cuando pude por fin regresar. Y nada me resultó extraño. Volvieron con fuerza todos aquellos recuerdos, todas aquellas vivencias que mis padres me habían transmitido durante mi infancia. Recorrer, por ejemplo, los lugares que había oído mencionar a mi familia fue como revivir un pasado que permanecía callado y a la espera de que se pronunciaran las palabras mágicas: mi tierra, mi gente, mis orígenes.

Hablemos de tu obra: ¿Cómo surgió en ti la afición a escribir poesía y a qué edad?

Estaba cursando tercero de bachillerato, así que tenía trece años. Empezó casi como un juego, aspiraba a ser un Quevedo, un Cervantes, un Machado. Luego, cuando llegó el turno de la literatura francesa, quería parecerme a Víctor Hugo, Lamartine. Un sin fin de nombres sustentaron mis aspiraciones literarias. Sueños de juventud, como dijo el poeta. Pero la realidad es otra cosa distinta y se impone de manera rotunda e incuestionable.

¿Sólo escribes poesía o cultivas otras formas?

Habitualmente escribo poesía. Me encuentro muy cómodo en estos territorios. No obstante, también me dejo a veces a la prosa y escribo relatos breves. Quizás algún día, con tiempo y voluntad, acometa una novela. Me seduce la idea.

Varios premios jalonan la trayectoria literaria de José Agudo: En el año 1996 obtuvo el I Premio en el Certamen Nacional de Poesía Ciudad de Torrevieja, en 2004 el Premio Villa de Chiva y, el más importante de todos, en 2008, el XXVIII Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez. ¿De qué está hecha la obra poética de José Agudo?

Mi primer libro, Naufragios, es el reconocimiento de una pérdida, la pérdida de la infancia y la juventud. No es la búsqueda de un tiempo perdido, sino la interiorización de una despedida, de una despedida definitiva, aceptada e inevitable.

Conciencia de mi mismo, mi segundo libro, es un análisis del aquí y el ahora. Tomar conciencia de la vida y de uno mismo, de los hechos que conforman la existencia y la modelan. El yo, como sujeto poético, está todavía muy presente en este poemario.

Dibujando la rosa de los vientos, es un canto al Mediterráneo. Es él, aunque hay componentes de mi historia particular, el verdadero protagonista es el mar. El título es un homenaje, in memoriam, a uno de mis profesores de la infancia que estaba empeñado en que aprendiéramos a dibujar la Rosa de los Vientos. Con este poemario diseñé mi particular Rosa de los Vientos, la que no había sabido dibujar cuando niño.

Con la publicación de Hombre desnudo, el sujeto poético se pluraliza en el yo y el nosotros, el nosotros y el yo, para aprehender los hechos cotidianos y analizarlos con la mirada serena de quien empieza a comprender las reglas de este juego en el que estamos.

Esta frágil cadencia tiene un núcleo central que aglutina el conjunto de poemas: la vida, sencillamente. O mejor, la vida, nada más y nada menos. La vida con todas sus contradicciones, sus aciertos, sus fracasos. La vida de cada uno y la de todos, al fin y al cabo. Porque todos estamos en ella, en esta delicada cadencia de nuestros días y nuestras noches, de nuestras ilusiones, de nuestros amores. Y resulta tan frágil.

Acordes de una antigua canción, publicado recientemente por la Editora Regional de Extremadura, con la venía de su director Eduardo Moga, viene a cerrar, espero que por poco tiempo, mi trabajo poético conocido. También con este poemario he pretendido ahondar aún más, si cabe, en esos acontecimientos diminutos, insignificantes, de la vida cotidiana que, con cierta frecuencia, pasan desapercibidos, pero que conforman, con toda su enorme sencillez, el entramado de la existencia.

Dice de él Andrés Oyola, correspondiente de la Academia de Extremadura, curtido en las lides de la poesía, a propósito de su última obra: Lo he leído con deleite, lo he saboreado. Su discurso poético es bellísimo, de selecta y exquisita dicción, pleno de melancolía, de estoico posicionamiento, de paz.

A José Agudo se lo llevaron de Fregenal cuando apenas la vida empezaba a brotar en él, y después de una larga trayectoria vital sólo regresó una vez a sus orígenes, pero a pesar del desarraigo siente añoranza por su tierra, por la de sus antepasados, por el recuerdo de sus costumbres y sus gentes, por todo, en fin, de lo que uno está hecho.

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