
Un derecho para ella, mismo derecho para él
Carta de los lectores ·
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Jueves, 10 de diciembre 2020, 21:14
«...Según el protocolo implantado por el SES, te darán la noticia estando sola en la consulta, sin una mirada de comprensión, sin una mano a la que agarrarte y sin la presencia de tu pareja, que tiene el mismo derecho a estar allí presente».
Soy una mujer embarazada que se siente frustrada e impotente ante la situación vivida en estos tiempos de Covid. Con este escrito, que ahora está en sus manos, solo persigo dar a conocer una situación vivida que más adelante relataré y a la que espero pueda dársele una solución, para evitar el sufrimiento innecesario de otras personas.
Principalmente quiero resaltar dos cuestiones: la primera , el derecho de la mujer a no entrar sola en la consulta de tocología y, la segunda , el derecho de la pareja (el padre del futuro bebé) a vivir la experiencia del embarazo del mismo modo que ella, aunque no sea él quien lleve a ese ser en su interior.
Era imposible olvidar algo así, pero las aguas comenzaban a calmarse y la ilusión por el nuevo embarazo ha hecho que pudiera mirar hacia delante sin hacerme más daño recordando lo ocurrido meses atrás. Al leer la noticia publicada el 15 de noviembre 2020, donde el SES ratificaba el protocolo de asistencia a consultas médicas, restringiendo la entrada únicamente al paciente, hizo que todo lo pasado volviera al presente. Tal medida afecta también, por supuesto, a la consulta de obstetricia, la cual tiene una peculiaridad que la diferencia del resto y aquí está la cuestión de todo.
Ellos consideran paciente a la mujer embarazada que lleva en su útero a un ser vivo. Y digo yo, ¿No es también paciente el padre de ese ser?.
Como decía, tras esa lectura, se vuelven a reavivar todos mis sentimientos y malos recuerdos sucedidos este verano. Y más allá de saber el sexo del bebé, mi historia os mostrará que hay otros motivos y asuntos por los que es sumamente justo y necesario que se replantee el protocolo de entrada a las consultas de obstetricia, porque en ella, no solo se están vulnerando derechos como paciente, sino que hay muchos sentimientos y necesidades no cubiertas como seres humanos.
Antes de empezar a contarla, me gustaría revelar que soy enfermera y que en mis últimos años de profesión hasta casi la actualidad, he trabajado en la planta de medicina interna. Es una planta muy particular. Quien haya trabajado en una sabrá a qué me refiero, y especialmente ahora con pacientes covid. Para estar allí, hay que tener mucha vocación y soportar duras jornadas. Hay que ser un profesional sensible y comprometido con los pacientes que allí se tratan, por lo general, personas mayores que necesitan cuidados y atenciones especiales. Hay que ser cariñoso y comprensivo con los familiares para afrontar y compartir con ellos las dificultades del día a día que, por cierto, suelen ser ingresos de estancias largas. Hay que ser muy empático para entender que necesitan de un profesional y que, en muchas ocasiones, no sólo se trata de cuidados técnicos. Por todo ello, porque es mi manera de verlo y de ser (por eso elegí esta profesión) no entiendo, no logro comprender por más que le doy vueltas, cómo un profesional sanitario, instruido en la materia y dotado también de cualidades humanas para poder ejercerla, puede tener tan poca sensibilidad y conciencia para saber qué necesita el paciente que tiene enfrente en ese momento, un momento tan difícil como es perder al futuro hijo tan esperado. O que te digan que el bebé que esperas tiene alguna dificultad o complicación. Y, por supuesto, según el protocolo implantado por el SES, te darán la noticia estando sola en la consulta, sin una mirada de comprensión, sin una mano a la que agarrarte y sin la presencia de tu pareja (o quién tu elijas), que tiene el mismo derecho a estar allí presente.
Entiendo que ellos puedan tenerlo como algo normalizado, cada día afrontan situaciones similares y muy difíciles y esa coraza forma parte del subsistir, pero yo, poniendo mi voz como paciente, y recordando que ya dije que soy sanitaria, no puedo dejar que nos olvidemos que detrás de cada familia (sea heterosexual, homosexual, monoparental, etc…) hay un caso particular de esfuerzo, ilusión, sacrificio, sufrimiento. En definitiva, una historia única y personal de cada uno; en ocasiones, una auténtica batalla por querer hacer posible ese sueño de convertirse en padres.
Mi historia comienza tras llevar un año de búsqueda y, por fin, llega ese día. Se hace inolvidable esa expresión en nuestras caras de ilusión e incredulidad al mismo tiempo, el entusiasmo por comunicarlo a la familia y amigos. Esperanzas puestas en ese nuevo proyecto de ampliar la familia…Pero, una mañana, todo empieza a ir mal y, tras la recomendación de hacer reposo unos meses, llega el día en el que tenemos que asistir al hospital para que nos dieran, mejor dicho, me dieran la noticia.
Me gustaría hacer mención aparte al buen trato recibido por los compañeros celadores cuando llegamos allí, que pese a tener que hacer bien su trabajo y cumplir con los protocolos covid de entrada de pacientes al hospital y restringir en un principio la entrada de mi pareja, finalmente entendieron (sin muchas palabras de por medio) que él tenía que estar a mi lado y nos dejaron pasar juntos. Pero al llegar a la planta de tocología, le impidieron la entrada a la sala de exploración. Una vez dentro yo sola, comenzó la batalla. Ya sabía que algo no iba bien y más que querer escucharlo, lo que quería y necesitaba, porque estaba muerta de miedo y dolor, era una persona a mi lado, mi pareja, que me agarrara la mano y que juntos pasáramos ese momento. Pero no fue así, ocurrió todo lo contrario. Mi pareja no estaba allí, no la dejaron entrar; y cuando pedí, supliqué, rogué que lo dejaran pasar, lo único que recibí fue un brutal ataque verbal: reproches por querer recibir un trato de favor, réplicas en defensa de sus derechos con uñas y dientes, queriéndome explicar que tenían derecho a protegerse del covid. Sin embargo, en ningún momento, nadie escuchó y supo ver que no se trataba de quién ganaba la discusión. Olvidaron de por qué yo estaba allí y de lo que estaba sucediendo. ¡En mi útero ya no latía ese ser que llegaría a ser nuestro hijo!.
Me sentí atacada, rodeada de personas a las que no conocía y no fueron ni una, ni dos, ni tres; en algún momento, hubo hasta cuatro. Así que no me diga a mí el SES, que esta restricción de acceso de la pareja a la consulta, es para proteger al paciente del covid y al profesional sanitario pues, aquel día, no sólo se protegieron ellos, sino que se olvidaron de mi integridad física y, por supuesto, de la psíquica porque no hicieron otra cosa más que hablar de sus derechos. Los míos y los de mi pareja los habían olvidado. Sobre todo, habían olvidado que en una ocasión más, tan natural como ellos lo ven, una pareja había perdido su embrión, habían olvidado el sufrimiento que hay detrás de tanto sacrificio hasta llegar allí.
Entre lágrimas y sollozos, me levanté de aquel potro y me dirigí a cumplir con el protocolo burocrático, para poder recibir el tratamiento abortivo de expulsión, donde sí permitieron pasar a mi pareja, porque ¡claro!, firmar papeles era lo realmente importante en esas circunstancias y, al parecer, ya no había riesgo de contagio por covid para ellos.
Ambos salimos de allí cabizbajos, pero en nuestro caso, más que por la falta de ilusión de seguir intentándolo, era la compleja situación vivida en el momento, pensando que no era la mejor época para ser padres y disfrutar juntos de las revisiones y el embarazo en general, con tanta medida y restricción anticovid en el sistema, injusta e innecesaria a mi parecer. No quiero decir que no haya que tomar las medidas de seguridad, sino que estas deberían ser igualitarias, tanto para el paciente como para los profesionales y, por supuesto, que el sistema sanitario se replantee considerar el protocolo en la consulta de obstetricia, en la cual, en la mayoría de los casos, no se trata de un único paciente sino, como mínimo, de TRES.
Antes de terminar, también querría hablar de la huella que realmente me ha dejado todo esto a nivel psicológico. Como si de flases se tratasen, vienen constantemente a mi mente esos momentos y dudo que vaya a superarlo tan fácilmente porque, por desgracia, aún me quedan algunos meses de constante lucha contra un muro infranqueable si nada de esto cambia a corto plazo. Siguen primando las decisiones no meditadas en los despachos, en lugar de la racionalidad unida a la humanidad y sensibilidad que, por cierto, cada vez queda menos en nuestro sistema sanitario, por no decir que son casi nulas; aunque, por suerte, no todos los profesionales sanitarios somos iguales.
He tenido que volver a esa sala de exploración y el procedimiento se ha repetido. Yo, sola en el potro, con gran incertidumbre y llena de miedo siendo incapaz de girar la cabeza al monitor por no saber qué me iba a encontrar. Y fuera, mi pareja caminando por el pasillo, dando vueltas imaginando todo tipo de opciones que allí dentro podrían estar ocurriendo y preguntándose si se repetiría la historia de meses atrás.
Por no hablar del día que fuimos a la primera revisión de la Seguridad Social. La decepción volvió a primar, cubriendo con ello las buenas noticias de que todo parecía ir bien. Me refiero a tener que entrar sola, a que el padre no pudiera comprobar con sus propios ojos que el feto vivía, a estar expuesta al virus de un modo gratuito, porque el hall del hospital estaba repleto de personas esperando. Porque en la consulta había tres sanitarios. Porque la consulta de tocología se encontraba al lado de las consultas de enfermería, donde ese día tocaba «preoperatorios» y por la que desfilaron, pasando por delante de las embarazadas, un gran número de pacientes, etc…
Todo esto es innecesario, se pueden tomar las medidas de seguridad y al mismo tiempo cumplir con el derecho de los pacientes. Por ello, insto a las autoridades sanitarias correspondientes, que se replanteen modificar el protocolo de entrada a la consulta de obstetricia para que la pareja pueda disfrutar de algo tan simple y bonito como puede ser escuchar el latido de su futuro bebé en un monitor y, en el peor de los casos, afrontar juntos las noticias difíciles que se presenten.
Espero que mi humilde testimonio ayude a lograr algún cambio. Que pueda dejar algo de huella, tanto o más que la que ha quedado en mí.
B.A.F 2020
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