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«El primer centro universitario de Extremadura fue el seminario de Badajoz, creado en 1973». En la imagen, aspecto actual. J.V. ARNELAS
Cristianismo, cultura y libertad

Cristianismo, cultura y libertad

A la sombra de las catedrales nació la Universidad. En Extremadura, el primer centro universitario fue el Seminario de Badajoz, creado en 1793

juan josé montes gonzález

Martes, 12 de febrero 2019, 09:18

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EL pasado día 28 de enero celebrábamos a Santo Tomás de Aquino, patrón de los estudiantes, una de las grandes figuras del pensamiento y la cultura universal. En la sección de Opinión de HOY leía con interés el artículo que firmaba don Alfredo Aranda, vicepresidente del Sindicato del Profesorado Extremeño (PIDE) en el que, con la educación como fondo, analizaba el fenómeno religioso vinculándolo a la imposición, falta de libertad, la manipulación, el adoctrinamiento… razones por las que había que expulsarlo de la escuela pública. Ese artículo sirve para que podamos entrar en un diálogo de fondo que, espero, sea enriquecedor.

La proclamación que el cristianismo hace de la verdad como fundamento de la libertad derivó desde el principio en la búsqueda de lo primero sin descanso para, en consecuencia, encontrar lo segundo.

Huyendo de prejuicios ideológicos contemporáneos, de tópicos ocurrentes, con el aplomo que nos regala la historia adornada de luces y sombras, hay que reconocer que la vida monástica custodió la cultura y fue foco cultural allí donde se desenvolvió. A la sombra de las catedrales nació la Universidad, que luego evolucionaría hasta nuestros días. La Iglesia sembró el mundo de universidades, no solamente en Europa, también lo hizo en América, dando prueba de que culto y cultura son dos caras de la misma moneda. En Extremadura el primer centro universitario fue el Seminario de Badajoz, creado en 1793, que tanto ha aportado a la promoción de nuestra región acogiendo jóvenes de todos los rincones, independientemente de su nivel económico o la posición social de su familia.

Asumir principios religiosos para conducirnos en la vida, lejos de convertirnos en zombis acríticos, eleva nuestro nivel de exigencia moral. Como afirma David A. R. White protagonista de 'Dios no está muerto. Una luz en la oscuridad', que se estrena estos días en Badajoz, por cada ejemplo de maldad en nombre de Dios, hay miles de ejemplos deslumbrantes.

Desde algunos sectores se percibe un abierto interés por introducir en el debate social la idea de que la religión es un 'sistema' fundado sobre el miedo para coartar la libertad, negando el pan y la sal al fenómeno religioso y, de paso, desacreditar a los creyentes sentándolos en la segunda fila. Muchos piensan que hablar de la fe revelada en Cristo es comparable a hablar de un mito presocrático, que se mantiene gracias a la ignorancia y se alimenta con un gran engaño que debe ser desmantelado por aquellos que han conseguido zafarse; de ahí la belicosidad verbal y la vehemencia que algunas personas manifiestan enfrentándose a esa realidad.

Solamente tenemos que mirar a cualquier área del saber para darnos cuenta de que eso no es así.

¿Qué sería de nuestra literatura sin Santa Teresa, Cervantes o Calderón de la Barca? En la obra de todos ellos encontramos pasajes inolvidables de fe en prosa o en verso. ¿Qué decir de la pintura? Rivera, Murillo o nuestros paisanos Zurbarán o Luis de Morales plasman la Biblia, el primer libro que Gutenberg llevó a la imprenta, en sus creaciones. Si hablamos de escultura brotan nombres como Juan Rodríguez, Juan de Badajoz, Alonso Berruguete o Salzillo.

Más cerca de nosotros, si atendemos a una de las realidades políticas supranacionales que marcan nuestro tiempo, como es la Unión Europea, vemos que los grandes pilares políticos que la pusieron en marcha se formaron en ambientes de fe y fueron hombres creyentes. Alcide De Gasperi, Robert Schuman y Konrad Adenauer son, junto a Jean Monnet, los 'Padres de Europa', los grandes constructores de aquel Mercado Común, semilla de la actual UE.

En buena medida bebieron de la democracia cristiana, parida por pensadores de la talla de Jacques Maritain, mientras que los que habían expulsado a Dios de la vida pública levantaron el muro que dividía a Europa, arruinando no solamente la libertad de los que quedaron del otro lado.

Llama la atención cómo en las sociedades que alardean de adelantadas por haber expulsado a Dios de sus estructuras, campan a sus anchas los sustitutos de Dios, sectas y otros elementos similares, que tratan de llenar un vacío que no podrán llenar por más que se esfuercen.

Decir que lo religioso nubla el camino del saber crítico nos indispone para la libertad o nos hace dependientes intelectualmente, proviene de consideraciones bañadas de ideologización y prejuicios que corren tras el propósito de sacarlo de un espacio público que le corresponde en armonía con su entorno. Lo público no es el patrimonio de una parte, aquí cabemos todos.

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