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Calle Francisco Silveira

Miguel Pérez Reviriego

Jueves, 6 de febrero 2020, 17:59

Lo peor de los errores, de los suele parecer que ineludibles descuidos, no es que los cometamos torpemente, que es como a diestro y siniestro; lo peor de los equívocos, de las tantas ocasiones en las que dijimos Diego convencidos cuando todo indicaba que teníamos que haber dicho dijéramos, dijesen o algo semejante y parecido; lo peor de las erratas, como de la estricta verdad o el puro engaño, no es que sean infinitamente tristes, es que rara vez tienen remedio.

Y viene tan inescrutable introito al hilo desde aquella sin duda jubilosa mañana entre cuadros de un ya más que lejano 22 de diciembre de un ya remoto 1984 de un ya pasado siglo veinte y cambalachero en el que el competentísimo jurado calificador del III Concurso de Pintura Eugenio Hermoso acordó concederle el primer premio por un cuadro muy raro para aquellos entonces que se intitulaba Hombres y máquinas a un tal Francisco Silveira. Hasta aquí todo iba bien, qué alborozo, qué detalle, qué momento, qué alegría y eso que por no faltar aun hubo quien afirmase que donde se pusiera una de aquellas zagalas de los tiempos de María Castaña que se quitaran Picasso y compañeros.

Así constó (lo de la coloradota aldeana [claro] no) en la correspondiente acta que nadie leyó y todos firmaron (natural y predecible), así salió a los pocos días tal y como se dice reflejado puntualmente en la prensa provinciana y así quedó aprobado con todos los requisitos y formalidades que el asunto requería por acuerdo municipal de 7 de octubre de 1985 que se llamara la calle que antiguamente, que fue cuando la verdad se largó al cielo, se nominó Bastimento y más tarde Teniente Silveira Nieto, quien por cierto era su padre. Hasta aquí todo seguía yendo bien y qué enorme alegría, Francisco.

Lo peor de todo aquello (de aquella sin duda deslavazada a la par que insomne historia sin pies ni cabeza, rey ni roque, púa ni trompo, oficio ni beneficio) fue que aquel raro artista al que tanto le gustaba pintar carros subiendo las cuestas, primeras cuerdas rotas, palomas blancas sobre tejados grises, niños abandonados, rocas y pastos, payasos melancólicos, muelles de pescadores y alguna que otra máquina inservible, aquel segureño tan apegado a Fregenal de cuyo nombre todavía quiero acordarme, se llamaba Guillermo y no Francisco.

Lo peor de todo aquello va a ser que como el tiempo no lo arregle el 11 de enero de 2022 (que es como a la vuelta de la esquina municipalmente hablando) se va a cumplir un siglo, nada menos que todo un siglo entero y centenario, de que nació en Segura de León (véase lo de segureño), así que digo yo que no estaría de más que quien tuviese voz y voto en el asunto arreglase para entonces el error, la equivocación, el desatino, el entuerto, que piensa un servidor que es lo que toca.

Y todo porque acaso lo peor que le pudo suceder al tal Francisco Silveira al que una vez le pusieron una vieja calle en Fregenal fuese que nunca (y eso que le encantaba pintar carros volviendo a trepar la misma cuesta de dos párrafos atrás, segundas cuerdas nuevamente rotas y hasta estructuras metálicas numeradas a conciencia del 1 al 8 más o menos, enseñarme cuanto sé de este inasible oficio de ateridos andenes y tinieblas en la dulce madrugada que al cabo de tanta nada y tantos versos ardientes aun hablan con los ausentes heridos y enamorados, que la vida iba en serio, muy en serio) llegó a llamarse Guillermo, por ejemplo.

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