

Alberto Márquez Carrascal
Domingo, 25 de octubre 2020, 10:00
El patrimonio histórico artístico de nuestra ciudad es un símbolo de la cultura de los frexnenses. Su declaración como Bien de Interés Cultural en 1991 venia a «homenajear todas y cada una de las actuaciones culturales y sociales vividas en Fregenal desde su concepción como ciudad», en palabras de Juan Ignacio Márquez, cronista de aquel momento histórico.
Un acontecimiento que supuso la apertura de un largo proceso de restauración que ha pasado por las iglesias de Santa Catalina y Santa Ana, el Santuario de Nuestra Señora Santa María de los Remedios, el Castillo Templario, el conjunto arqueológico de Nertóbriga Concordia Iulia y los conventos de San Francisco y San Ildefonso de los Jesuitas, que recientemente ha visto cerrada la primera fase en su antigua iglesia. Pero aun así, la senda hacia la recuperación de todo nuestro patrimonio no queda nunca concluida.
La primera llamada de atención nos llegaba hace apenas dos meses, cuando el yacimiento arqueológico de Nertóbriga sucumbía ante el incendio declarado en la Sierra del Coto. Sorprendía además la laxitud con la que el informe de los técnicos de la Junta exponía los daños del espacio arqueológico. Ni rastro de datos sobre los restos de la torre fortificada o de la maqbara, destrozadas por la caída de una de las encinas centenarias del lugar. Un espacio que, además, se mantiene durante más de cuatro años fuera de las tareas de excavación promovidas por la autoridad autonómica, y que sufrió también daños cuando se desarrolló el camino perimetral.
El segundo heraldo llegó con una noticia buena, pero que me descubrió un aspecto hasta entonces traslúcido a mis ojos. La inauguración del Caserón de las Miniaturas supuso la apertura de la primera exposición permanente en Fregenal. Dejando de lado el hecho de que el potencial artístico de nuestro pueblo habría permitido que este espacio fuera la tercera exposición permanente, me gustaría centrarme en la lacra del descuido del patrimonio histórico artístico privado.
El Caserón de las Miniaturas, sito en la calle Santa Clara, abre la puerta a una restauración pormenorizada del edificio que actualmente lo contiene. Así me lo hizo saber su principal impulsora, Encarna Caso, que sin duda está haciendo un trabajo excepcional. Una labor que bien debería estar apoyada por todo el pueblo, con visitas más asiduas al espacio recientemente abierto al público, y con un apoyo más directo de las instituciones. Siendo claros, un espacio de tal magnitud histórica y artística no debería estar dejado de la intervención pública.
Su planta superior contiene una verdadera joya, que debe haber sido disfrute de la carcoma durante al menos un siglo. El aljarfe mudéjar que me permitió visitar y fotografiar Encarna tiene un estado de conservación verdaderamente penoso, pero a ojos de un amante de la Historia del Arte es espectacular. Su recuperación es pertinente y necesaria, su puesta en valor aun más. Su parecido más que razonable con la techumbre que da soporte al coro de Santa Catalina es manifiesta, por lo que puede encuadrarse en el siglo XVI. Aun conserva restos de dorado en algunas de sus estrellas, algo que por desgracia perdimos en el templo parroquial.
En general, el conjunto de la casa nos recuerda, por los símbolos que destacan sobre los arcos del patio, a un antiguo espacio religioso, algún tipo de convento o casa parroquial. Queda a espera de que algún estudioso se sumerja en la documentación de la que disponemos para corroborar esta teoría. Pero volviendo al punto del que hablábamos, es urgente la puesta en valor de este tipo de espacios en Fregenal.
Desconozco cuántos de estas obras artísticas habrán sucumbido pasto de la dejadez, la carcoma o el fuego. Pero los que están ahí hay que darles una solución inmediata. Las colecciones y espacios con vocación pública deben salir a la luz. No solo esta techumbre de madera maravillosa, que bien podría contar con un espacio restaurativo abierto al público en alguno de los templos restaurados vacíos de nuestro pueblo, siguiendo el ejemplo del taller abierto del Museo Thyssen. Ocurre lo mismo con el tratamiento que merece el retablo de Santa Ana o la capilla de Bravo Murillo, el conjunto de San Miguel de los Fresnos, el coro de la iglesia de Santa Catalina, el convento de Santa Clara, las colecciones de Eugenio Hermoso o las del Museo de Arte Contemporáneo del que esperamos ansiosos una apertura al público.
Las acciones hasta ahora han ido en la buena dirección, y la última restauración de la iglesia de San Ildefonso de los Jesuitas muestra que poner en valor el patrimonio es positivo. Ahora es momento de dar un valor añadido a todos esos espacios que después de haber ganado la batalla a la desaparición deben ganarla al vacío de contenidos. La pandemia no ha cerrado los museos, los ha abierto renovados. Tomemos el ejemplo de la exposición «Reencuentro» del Museo del Prado y abracemos el arte y nuestra tradición patrimonial. Tenemos una senda aun muy larga por andar, la de seguir recuperando espacios para el pueblo y llenar de pueblo esos espacios.
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